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Clemens Perkeo, bufón de la corte de Heidelberg. Johann Georg Dathan. 1725 |
Hace
siglos, existió en Madrid una casa que podría parecer de cuento pero de cuento
bastante tétrico: era un edificio habitado por un grupo de peculiares duendes
(o eso era lo que se pensaba) que atemorizaban a quienes ocupaban la vivienda o
se acercaban a la zona y que hizo actuar al mismísimo Santo Oficio con el ánimo
de expulsar a los “demonios” del lugar. Aunque había gato (o duende) encerrado…
La Casa del Duende estaba situada en pleno Chamberí, entre
las calles Duque de Liria, Mártires de Alcalá y la plaza Seminario de Nobles.
Dicha vivienda, al igual que muchas otras de las primeras décadas del siglo
XVIII, fue construida por orden del rey para ser arrendada y ocupada por el
personal de palacio, criados, lacayos y personal de confianza. La casa pasó por
varias manos, hasta que fue alquilada por un grupo de tahúres que la utilizaban
por las noches como centro de reunión para juegos y grandes apuestas de dinero.
Fue entonces cuando una
noche se originó una trifulca entre varios de ellos y de repente se abrió una
puerta interior apareciendo un hombre bajito y muy barbudo que les exigió silencio.
Al principio los presentes se callaron, desconcertados por la aparición de
aquel sombrío duende pero, tras intentar averiguar quién podía ser el aparecido
y cómo podía haber accedido a la estancia, decidieron no darle importancia y
continuaron con la discusión de juego que les ocupaba. De repente, sin saber
cómo, apareció un grupo de enanos armados con garrotas que se abalanzaron sobre
los ludópatas y comenzaron a golpearlos con saña. Los jugadores huyeron
despavoridos y jamás regresaron a la casa.
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Banchetto Grottesco. Anónimo toscano. 1635. Galleria degli Uffizi, Florencia |
Algún tiempo después, la residencia fue adquirida por Dña.
Rosario de Benegas, la marquesa de Hormazas, que decidió instalarse en las
estancias de la segunda planta del edificio. Durante el traslado de muebles y
objetos decorativos a la nueva vivienda y mientras Dña. Rosario adecuaba la
decoración a su gusto, cambiando cortinajes y demás detalles, echó en falta
unos cortinajes y una imagen del Niño Jesús en su cuna que había traído de su
anterior domicilio. Bastante contrariada por el extravío, se dispuso la
marquesa a echar la bronca a sus criados cuando, de repente, entró en la
habitación un hombre menudo con la imagen del Niño Jesús en sus manos y, tras
él, cuatro pequeños barbudos más portando los cortinajes que había echado en
falta la marquesa. Tras tan sorprendente situación, Dña. Rosario tardó poco en
abandonar el edificio, poniendo la casa a la venta sin tan siquiera haber hecho
uso de ella.
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El bufón don Diego de Acedo, El Primo. Velázquez, 1644, Museo del Prado |
Deshabitada durante bastante tiempo, fue ocupada nuevamente,
esta vez por el canónigo jiennense D. Melchor de Avellaneda. Cierto día,
mientras el canónigo escribía al obispo de su diócesis requiriéndole cierto
libro del padre Tineo que necesitaba para sus sermones y se disponía a firmar
la misiva, alzó la vista y vio atónito cómo se presentaba ante él enano vestido
de monaguillo que portaba en sus manos el libro que en ese mismo instante
estaba pidiendo al obispo. Una vez el pequeño ser volvió sobre sus pasos y
despareció, D. Melchor se afanó en encontrar el posible pasadizo por donde
había accedido y por donde había desaparecido el misterioso duende, siendo la
búsqueda infructuosa.
Al igual que los tahúres, el canónigo decidió no darle más
vueltas al asunto. Sin embargo, pocos días después, dispuesto a dar misa en el
hoy desaparecido convento de S. Joaquín o de los Afligidos, necesitaba una
vestimenta apropiada al día, ordenando a un sirviente que fuera a casa a buscarla. El servidor, con la vestimenta bajo el brazo
y a punto de cerrar la puerta de casa para volver al convento, oyó en el
interior una misteriosa vocecilla que le espetó: “No es ése el color de este
día, vuelve a por los ornamentos que corresponden”. El mozo, dándose lentamente
la vuelta, se topó con la figura de un enano burlón que rápidamente se
desvaneció. Cagado de miedo le contó a D. Melchor el prodigio mientras le
juraba que no volvería al edificio. El canónigo, harto ya de la situación,
resolvió al fin abandonar la prodigiosa casa y cedérsela a Jerónima Perrin,
lavandera que vivía en el piso de arriba, hasta que le venciera el contrato de
alquiler o hasta que encontrara una vivienda más adecuada donde alojarse.
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Planos de la casa del Duende. Real Academia de las Bellas Artes de San Fernando. Madrid. |
Una mañana, Jerónima había lavado a orillas del Manzanares
unas mantas propiedad de la marquesa de Valdecañas y las dejó oreándose al sol
y al viento. Decidida a recoger la colada más tarde se volvió a casa a comer.
Mientras estaba en casa se desató una tormenta terrible que le impedía volver a
por las mantas tendidas. La lavandera miraba por la ventana de su buhardilla
cavilando sobre el enfado de la marquesa, conocida por su mal carácter, que
necesitaba la ropa para esa misma noche. De pronto, escuchó un portazo en el
portal del edificio. Movida por la curiosidad bajó y se encontró con tres
barbudos duendes empapados que cargaban una cesta enorme con toda la ropa.
Según se cuenta, la moza, asustada por tales maravillas y sugestionada por los
rumores sobre los pequeños seres, huyó de la casa esa misma noche.
Mientras tanto, las
historias habían llegado ya al Santo Oficio a través del testimonio del
canónigo D. Melchor. Inmediatamente la Inquisición se puso manos a la obra con
las pesquisas y el ánimo de expulsar a los diablos del lugar. Tras tomarse
declaraciones a varios testigos y realizar una minuciosa búsqueda hasta el
último rincón del inmueble, no se encontró nada ni a nadie digno de sospecha.
Revisaron desde la cueva del sótano hasta la buhardilla que habitó la lavandera
pero sin resultado. Movidos a pensar en espíritus mefistofélicos, y por orden
inquisitorial, un día al atardecer, se presentó frente a la casa una comitiva
religiosa presidida por el obispo de Segovia e Inquisidor General Baltasar de
Mendoza y Sandoval. Mientras el cortejo portaba enormes velones, agua bendita y
abundante sal, el señor obispo vertía sobre las paredes muchos litros de esa
agua que él mismo había bendecido y muchos kilos de sal, y pronunciaba rezos y
aleluyas hasta que se dio por concluido el supuesto exorcismo.
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Exorcismo de la Casa del Duende. Madrid Viejo, Ricardo Sepúlveda. 1887 |
Para rematar la faena, los vecinos se encaminaron a la casa
con picos para derribarla y posteriormente incendiar sus escombros. Pasó el
tiempo y, según algunas versiones menos fantásticas de la historia, algunos
curiosos vieron una noche abrirse una trampilla camuflada entre los escombros y
cómo salían de ella nueve enanos, de los que se cuenta que eran pícaros
falseadores de moneda y usaban la noche para salir a distribuirla. Otra versión
más prosaica cuenta que, tras muchísimos años, la casa se derribó para
construir el inmueble que hay hoy allí, y que, llegando los albañiles a la
parte del sótano, aparecieron nueve enanos demacrados entre un montón de tornos
y troqueles para falsificar monedas.
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Durillo de oro de Carlos III, ceca de Madrid, 1786 |
Según
un acta de la Real Academia de las Bellas Artes de San Fernando, encargada del
estudio de la arquitectura del edificio, se asegura que los monederos
falsificaban en el edificio durillos borbónicos de oro del Brasil y que todo
fue un montaje de un grupo de delincuentes organizados que planearon tan
diabólica farsa involucrando a varias personas pequeñas para aterrorizar a los
inquilinos y que les dejasen falsificar en paz…
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