lunes, 16 de noviembre de 2020

El CAPRICHO de la DUQUESA y las BRUJAS de GOYA

Templete de Baco, Jardines del Capricho, José de la Ballina, 1788

La siguiente historia se desarrolló en uno de los rincones más mágicos y románticos de las afueras de Madrid, concretamente en el jardín del Capricho, en la Alameda de Osuna, cuya visita recomiendo enfervorecidamente. En 1783 los IX Duques de Osuna compraron una casa de recreo, repleta de huertas y árboles frutales situada en la Villa de Alameda, hoy conocida como la Alameda de Osuna. Su construcción se debió a los deseos de la duquesa consorte de Osuna (de soltera Duquesa de Benavente), mujer extraordinaria y protagonista de nuestro relato, Doña Mª Josefa de la Soledad Alonso Pimentel y Téllez Girón, por tener una villa de recreo donde alejarse de la Corte y reposar de los deberes y compromisos propios de su posición. En ese idílico espacio se reunieron, bajo la dirección del escenógrafo italiano Angelo Maria Tadei, una serie de arquitecturas efímeras que incluían templetes, casas rústicas, grutas, estanques, ermitas y autómatas, combinándose los jardines racionalistas de tipo francés e italiano con un jardín inglés, de corte romántico, y zonas de huertas, plantas exóticas y árboles raros, un tipo de Arcadia Feliz en los andurriales de la Villa y Corte.

Duquesa de Benavente. Goya,1785. Fundación Bartolomé March. Palma de Mallorca

Fue una de las pocas mujeres que destacó dentro de la clase aristocrática de su tiempo, no sólo por su riqueza sino sobre todo por su inteligencia, siendo considerada como “la mujer más distinguida de Madrid por sus talentos, mérito y gusto” según Lady Holland, esposa del embajador inglés de la época. La duquesa y su esposo,  Don Pedro Téllez-Girón y Pacheco, grandes aficionados al arte y poseedores de una sensibilidad estética excepcional, formaron parte de la flor y nata de la aristocracia ilustrada gracias a su labor de mecenazgo de literatos, músicos y pintores, siendo su casa continuamente frecuentada por la intelectualidad más destacada de la época (Moratín, Iriarte, D. Ramón de la Cruz…), albergando además sus salones representaciones teatrales en las que solían participar como actores los duques y sus amigos, conciertos, contando con orquesta propia dirigida por maestros como Luigi Boccherini o José Lidón, espectáculos de sombras chinescas y proyecciones de linterna mágica. Se cuenta que las reuniones de la Duquesa de Alba y la Duquesa de Benavente rivalizaban en lujo y fastuosidad si bien hay que aclarar que ambas eran amigas y sus salones e inquietudes bastante diferentes. La Duquesa de Alba no tenía pretensiones intelectuales ni sociales y sus gustos eran más castizos que la Duquesa de Osuna, políglota, de tendencias más afrancesadas y con una enorme curiosidad intelectual, como lo demostraba su completa biblioteca de casi 60.000 volúmenes plagada de títulos curiosos e incluso libros prohibidos por la Inquisición pues el Duque tenía permiso especial para adquirirlos. Este hecho impediría años después a sus herederos abrir tan magnífica biblioteca al público. El acceso a tales libros prohibidos fue considerado peligroso.

Autorretrato. Goya, 1799. Museo del Prado. Madrid

En 1785 se inició la relación entre la pareja y Francisco de Goya, trato fructífero en lo artístico que llegó incluso a transformarse en gran amistad. Los duques fueron unos de los grandes protectores y valedores del artista aragonés durante sus primeros años en la corte, inicio de una más que importante escalada en la Villa y Corte que lo llevarían a ser el retratista más solicitado de su tiempo. En cuanto a la producción pictórica de Goya para la familia ducal cabe destacar que fue muy numerosa, sobre todo en cuanto a retratos de sus miembros, series de pinturas religiosas y otras de carácter profano destinadas a decorar sus palacios. Sobre todo el palacio que nos ocupa, el del Capricho. Para este idílico espacio Goya realizó dos series, componiéndose la primera por escenas de la vida popular, fechada entre 1786 y 1787.
 

Los Duques de Osuna y sus hijos. Goya, 1788, Museo del Prado. Madrid
La segunda serie, en la que vamos a centrarnos, fechada entre 1797 y 1798, está compuesta  por un interesante y tétrico conjunto de seis pinturas de idéntico tamaño (unos 0,42 m de alto por 0,30 m de ancho) relacionadas con el mundo de la brujería, muy estimulantes para la clase ilustrada de la época y originalísimo leitmotiv de este relato. Es curioso el encargo de estas Composiciones de Asuntos de Brujas a Goya para decorar el gabinete privado de Doña Mª Josefa, resultando aún más extraño que siendo tan siniestros la duquesa quisiera tenerlos  tan cerca. Aquí surge el enigma de la relación de una mujer tan culta como la duquesa de Osuna con el tema brujeril. Bien es cierto que Doña María Faustina, madre de la duquesa, sentía fascinación por los temas esotéricos, llegando incluso a invitar a su casa al escritor inglés William Beckford, durante su estancia en Madrid en el invierno de 1787-1788. A este autor debemos  la novela gótica escrita en francés de tintes orientales Vathek (1782), que enfatiza en lo sobrenatural, en fantasmas y espíritus, y narra la caída del califa Vathek, quien renuncia al islam y se involucra en una serie de actividades licenciosas y deplorables diseñadas para ganar poderes sobrenaturales.

Palacio de los Duques de Osuna en El Capricho, 1798

En resumen, el gusto de la duquesa por lo oculto quizás fuera simple curiosidad personal sobre el tema, o seguir simplemente una moda entre los nobles del siglo XVIII (muy inclinados a experimentar con las llamadas ciencias ocultas y a gozar del estremecimiento que les causan las escenas de terror) o, muy al contrario, una crítica irónica de las costumbres supersticiosas de las masas ignorantes, al modo de Los Caprichos, donde Goya intenta levantar la voz de la razón para exponer la miseria de la credulidad y desterrar la ignorancia de una mente humana esclava de los más bajos instintos. En el ideario ilustrado la brujería se representa vieja, fea, celestinesca, repugnante e hipócrita y las caras de los aquelarres se describen violentamente retorcidas, con repulsivas y desgarradas muecas, deformes bocas abiertas y expresiones infrahumanas otorgadas a los servidores de Satán.

Vuelo de Brujos, El Conjuro y El Aquelarre. Goya 1797-1798

Sea como fuere, los títulos adjudicados a estos seis Asuntos de Brujas son bastante significativos: Vuelo de Brujos (expuesto en el Museo del Prado), El Conjuro y El Aquelarre (ambos en el Museo Lázaro Galdiano), El Hechizado por la Fuerza (expuesto en la National Gallery de Londres), La Cocina de los Brujos (posiblemente en una colección privada en México y del que sólo tenemos referencia por una foto en blanco y negro) y El Convidado de Piedra (en paradero desconocido desde 1896 tras una subasta de los bienes de la familia y del que también tenemos referencia visual por una fotografía en blanco y negro realizada por Jean Laurent). Hablamos de títulos adjudicados porque se desconocen sus títulos exactos. Respecto a este tema, el autor Frank Irving Heckes propone una interpretación de estos cuadros basándose en fuentes literarias, en obras que curiosamente formaban parte de la ingente biblioteca de los Duques de Osuna, adquiriendo por tanto otros nombres más adecuados como desgranamos en Asuntos de Brujas de la Duquesa de Osuna.

El Hechizado por la Fuerza, La Cocina de los Brujos y El Convidado de Piedra. Goya 1797- 1798

Esta serie (y la inmensa mayoría de la obra oscura de Goya) siguió causando admiración, maravilla y cuasi devoción hasta nuestros días, produciéndose un acercamiento a su pintura desde una mirada contemporánea como es el caso de la artista mexicana Denise de La Rue quien, tomando como punto de partida estos seis Asuntos de Brujas, investigó acerca del verdadero significado de la palabra bruja como mujer de poder y sabiduría, mujer libre, mágica, poderosa, que curaba y expresaba su sexualidad libremente.

Cartel de la expo Brujas. Metamorfosis de Goya, 2107. Museo Lázaro Galdiano. Madrid

Denise de la Rue y su Vuelo de Brujas con Adriana Ugarte. Foto: Myriam Soto
 

Portada de El Jardín de las Brujas, Clara Tahoces, Ediciones B, 2020

La artista logró dar una nueva imagen de la bruja no ya como la bruja fea, mala, retorcida y oscura sino como una mujer en contacto con la fuerza de la tierra, con su fuerza femenina a través de una serie fotográfica de gran formato donde sirvieron de musas seis icónicas actrices españolas (Maribel Verdú para El Aquelarre, Inma Cuesta para El Conjuro, Bárbara Lennie para El Hechizado por la Fuerza, Adriana Ugarte para Vuelo de Brujos, Verónica Echegui para La Cocina de los Brujos y Macarena García para El Convidado de Piedra) que en 2017 bajo el título Brujas. Metamorfosis de Goya estuvo expuesta en el Museo Lázaro Galdiano. Y qué decir del Jardín de las Brujas (Ediciones B, 2020) magnífica investigación de Clara Tahoces sobre su pasado familiar donde tienen cabida la Duquesa de Osuna, los Asuntos de Brujas y los simbólicos y extraordinariamente hermosos jardines del Capricho...

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