miércoles, 12 de agosto de 2020

La DAMA de la ROSA BLANCA

Ilustración para La dama de la rosa de Pedro de Répide, revista La Esfera, 1916

En la calle de Alcalá, esquina con Gran Vía, se alza la conocidísima iglesia barroca de San José, escenario de una de las más famosas crónicas fantasmagóricas de la Villa y Corte, la triste, tenebrosa y romántica leyenda de "La Dama de la Rosa Blanca"...

Según se cuenta (aunque hay varias versiones al respecto), tan terrorífico episodio tuvo lugar  durante las fiestas de Carnaval de 1853 en la celebración de un concurrido baile de máscaras organizado por una familia aristócrata en su propio domicilio y a la que había sido invitado lo más granado de la sociedad madrileña. Allí, en medio de tamaño jolgorio, se encontraba un joven y solitario diplomático extranjero (británico, según algunas versiones, teutón, según otras) que se había acercado al baile sin ir disfrazado. Vestido de frac, el joven procuraba no llamar demasiado la atención por no ir disfrazado, por no conocer a nadie en la fiesta y, sobre todo, por su escaso castellano que le distanciaba un poco del resto de los invitados. Así se quedó sentado en un rincón observando. De pronto, el solitario muchacho cruzó su mirada con la de una bellísima dama que cubría sus ojos con un antifaz y vestía un elegante traje de terciopelo negro sobre el que llevaba prendida una magnífica rosa blanca. Instintivamente apartó la vista cuando notó que ella le miraba fijamente mientras se dirigía hacia él con paso lento. Cuando quiso reaccionar se encontraba bailando con la misteriosa dama. El flechazo fue instantáneo. El joven diplomático y la enigmática mujer, que aseguraba ser condesa, bailaron y bebieron sin parar apurando la noche.

Carnaval en Madrid, La Ilustración Española y Americana E. Estévan, 1881



Fantasmagoría: La Dama y el diplomático ed. Esfinge siglo XXI, ilustración de Josema Carrasco, 2012

Y entonces, en un determinado momento de la feliz y deliciosa velada, la dama insistió al joven extranjero para que la acompañase a un lugar que ella tenía especial interés en enseñarle. El sitio, como era de esperar, era la citada iglesia de San José. Durante el trayecto, el intrigado mozo preguntó a la joven si no le apetecía pasear en carruaje en lugar de ir caminando. Ella respondió que no, que al día siguiente tendría ocasión de viajar en el carruaje más bonito que se ha visto nunca. Una vez llegados a su destino, la citada iglesia de la calle de Alcalá, accedieron a su interior. Allí, el diplomático (al que todo parecía ya bastante sospechoso, pues la broma no tenía gracia alguna) pudo ver que cerca del altar se encontraba un catafalco cerrado y rodeado por cuatro enormes cirios apagados. En ese mismo momento, ante la extrañeza del joven, la dama enmascarada declaró sin contemplaciones que en ese ataúd se encontraba su propio cadáver y que su funeral tendría lugar al día siguiente.

Iglesia de San José, c/Alcalá nº43
Fantasmagoría: La Dama y el diplomático ed. Esfinge siglo XXI, ilustración de Josema Carrasco, 2012

-No puedo irme, contestó ella, porque mi sitio está en esta caja, donde mañana van a enterrarme- y poniendo los ojos en blanco soltó una risotada nerviosa que heló la sangre de su joven acompañante. Sin dar tiempo de reacción, la joven de negro desapareció tras unas columnas dejando en shock al aterrorizado muchacho que sólo podía pensar que todo lo ocurrido había sido un mal sueño consecuencia del alcohol. Solo en la inmensidad de la iglesia y sin encontrar explicación alguna a lo sucedido, el diplomático decidió volver a su casa. Impresionado por la belleza de tan misteriosa joven, no podía quitársela de la cabeza y sólo podía soñar con ella, su mirada, sus misteriosos ojos, su forma de andar, la calidez de su voz, su seductor aroma…

Fantasmagoría: La Dama y el diplomático ed. Esfinge siglo XXI, ilustración de Josema Carrasco, 2012

Así las cosas, decidió volver a San José a primera hora de la mañana para cerciorarse de que lo ocurrido la noche anterior sólo había sido fruto de su imaginación. Y entonces, al llegar a la altura de la iglesia, vio frente a la puerta del templo un numeroso grupo de personas. Intrigado, se acercó para ver lo que ocurría e inmediatamente pudo comprobar que se trataba de la celebración de una misa de difuntos. Al ver el féretro sin cerrar no pudo resistir la tentación de mirar y en ese mismo instante sintió cómo la sangre dejaba de circular por sus venas. Dentro del ataúd, con el mismo vestido de terciopelo negro, yacía la misma misteriosa y bella dama que no podía quitarse de la cabeza, con las manos cruzadas sosteniendo una rosa blanca entre ellas, marchitándose… Por fin la había encontrado. Preguntó a unos y a otros quién era aquella hermosa mujer. Todos respondieron que se trataba de una joven condesita que había fallecido repentinamente el día anterior.

Fantasmagoría: La Dama y el diplomático ed. Esfinge siglo XXI, ilustración de Josema Carrasco, 2012

El diplomático extranjero no podía dar crédito. Estaba convencido de que la había conocido en el baile de máscaras y habían estado bailando hasta el amanecer. Todos los presentes le miraban como si hubiese perdido la razón, mientras le aseguraban que era imposible, pues el fallecimiento de la bella condesa se había producido el día anterior, antes de que la noche cayera sobre la ciudad. El joven, ante tales revelaciones, perdió el juicio y salió huyendo de la iglesia de San José como alma que lleva el diablo, corriendo y gritando como un loco hasta perderse por las calles de Madrid. Nunca más se supo de él ni se volvió a ver a la dama de la rosa blanca, que resucitó para vivir su último baile en Carnaval…

Sevillana con rosa blanca Víctor Moya Calvo (1889-1972)

Triste y trágico final para una historia donde se mezclan el romance imposible y el terror gótico. Sin embargo toda leyenda tiene algo de verdad y la realidad es más prosaica y siempre supera a la ficción con un delicioso toque de humor negro. Las malas lenguas cuentan que al parecer la difunta condesa tenía una hermana gemela con problemas mentales. Esta hermana, haciéndose pasar por la fallecida, habría sido la misteriosa dama enmascarada que había asistido al baile y, a la sazón, la que terminó gastando al joven diplomático tan macabra broma. Para morirse de risa.

domingo, 9 de agosto de 2020

LAS ENDEMONIADAS DE SAN PLÁCIDO

La venerable madre Jerónima de la Fuente, Velázquez, 1620

A pocos metros de la plaza de Callao, cruzando al otro lado de la Gran Vía, entre las calles de San Roque y de la Madera, aparece casi desapercibido el recogido y silencioso convento benedictino de San Plácido (también conocido como el monasterio de la Encarnación Bendita) entre cuyos muros se entremezclan leyendas, misterios y oscuras intrigas. El halo de paz y sosiego que emite hoy día poco tiene que ver con los diabólicos sucesos que se le adjudicaron en época de Felipe IV.

Convento de San Plácido
Puerta de acceso a la iglesia del convento de San Plácido

La historia del convento se remonta a 1619 cuando D. Jerónimo de Villanueva y Fernández de Heredia, marqués de Villalba, protonotario de Aragón, noble e influyente asesor de la corte,  compró los terrenos en los que ya se ubicaba una pequeña iglesia a modo de regalo para la dama Teresa Valle de la Cerda y Alvarado, de la que estaba profundamente enamorado. Sin embargo, Teresa, de fuertes convicciones religiosas, decidió rechazar la oferta de matrimonio. A pesar del desengaño, D. Jerónimo financió los deseos de su amada y en 1623 comenzaron las obras de edificación del convento. Teresa llegaría a convertirse en priora del convento de las Madres Benedictinas, al cual comenzaron a llegar las primeras monjas en 1624, cuando el recinto estaba formado por varias casas unidas. Finalizadas las obras, unas 30 monjas fueron a habitarlo viviendo bajo la sumamente rígida y dura regla de San Benito que incluía prolongados tiempos de ayuno y tediosos rezos continuados durante horas, sin hablar con nadie ni beber, que hacían que muchas de estas jóvenes religiosas cayeran en locura transitoria y en peligrosas depresiones.

Roswitha leyendo sus comedias a las monjas de Gandersheim Germania, dos mil años de historia alemana J. Scherr 1882

La vida discurría aparentemente tranquila entre los muros del convento hasta que, en 1628, se empezaron a escuchar relatos estremecedores sobre algunas hermanas que se comportaban de modo demasiado extraño. Algunos testigos del barrio aseguraban haber visto cómo las monjas se contorsionaban en el suelo, profiriendo insultos y blasfemias, con los ojos vueltos entre gritos desgarradores. Poco a poco el rumor se extendió por los mentideros de la Corte, pasándose a conocer a las infortunadas religiosas como las “endemoniadas” de San Plácido (curiosamente, años después, en 1634, tendría lugar el más conocido caso de lasendemoniadas de la localidad francesa de Loudun que afectó a una congregación de monjas ursulinas, supuestamente hechizadas por el padre Urbain Grandier, quien fue acusado de brujería y condenado a morir en la hoguera).

Exorcismo en el convento de Loudun, grabado francés, siglo XIX

La voz de alarma la dio una joven novicia que había comenzado a tener visiones mientras sufría convulsiones y desmayos entre blasfemias y actos sacrílegos. Sus asustadas hermanas dieron aviso al confesor, Fray Francisco García Calderón, único hombre que podía entrar en el recinto al tratarse de un convento de clausura. El confesor decidió que la joven monja estaba poseída y necesitaba ser exorcizada de urgencia. Sin embargo el exorcismo no sirvió de nada pues no sólo no curó a la posesa, sino que veinticinco hermanas más quedaron “infectadas” (incluida la fundadora, Teresa Valle de la Cerda, cuyos demonios profetizaban la reforma de la Iglesia) y empezaron a sufrir síntomas demoniacos como visiones apocalípticas, desmedida agresividad, continuas blasfemias, hablar por boca del diablo, terribles autolesiones contra las paredes y, especialmente, la realización de gestos obscenos absolutamente impropios. En momentos de lucidez, narraban que el demonio se les aparecía en sueños, acompañado por otros personajes de igual catadura, y que las agredían de manera íntima. De las treinta monjas del convento, veintiséis quedaron “endemoniadas”, quedando casualmente las hermanas de más avanzada edad libres de maléficas visitas.

Posesión de María Crocifissa della Concezione, convento de Palma di Montechiaro, Sicilia, 1676

Los rumores corrieron como la pólvora por las calles de Madrid y no se hablaba de otra cosa, del triste destino de las “endemoniadas”, que las malas lenguas achacaban a las continuas visitas de conocidísimos personajes de la nobleza, como el propio Conde Duque de Olivares, el mismo Rey Felipe IV y hasta el dueño de los terrenos, el protonotario fundador del convento, D. Jerónimo de Villanueva, que poseía una vivienda en la Calle de la Madera, cuyos muros estaban pegados al convento (que según habladurías, comunicaba directamente con el claustro del convento y las celdas de las hermanas) y en la que celebraba reuniones y juergas con sus ilustres “compinches” hasta altas horas de la madrugada.

Felipe IV en armadura, Velázquez, 1628

Como no podía ser de otro modo, tan escandaloso asunto llegó a oídos de la inquisición y  D. Diego de Arce, el inquisidor general, decidió investigar el asunto sin dilación. Comenzaron los interrogatorios, investigándose a toda persona que tuviera relación con el convento, excepto, como de costumbre, a los nobles personajes anteriormente nombrados, aunque es bien sabido que Felipe IV, se llevó más de un tirón de orejas eclesiástico por sus líos de faldas.

Ursulinas de Loudun, contorsiones diabólicas, grabado del siglo XIX

La investigación inquisitorial comenzó por observar el comportamiento de las pobres hermanas poseídas, siguiendo por un exhaustivo interrogatorio a Doña Teresa que comenzó a dar sus frutos. Posteriormente llegó el interrogatorio a base de torturas a fray Francisco, el confesor del convento, cuyas declaraciones cayeron en continuas contradicciones durante los distintos procesos. Finalmente se llegó a la conclusión de que los verdaderos causantes de la desgracia y comportamiento de las hermanas no venían del Averno sino que habían sido el mismo fray Francisco y la priora Doña Teresa. Por lo que se dedujo del proceso, el religioso pertenecía a la secta de los “Alumbrados”, también denominada herejía iluminista, relacionada con el protestantismo, nacida en el siglo XVI en tierras de Extremadura y Andalucía y cuyos miembros afirmaban, entre otras creencias, que de la relación carnal entre un religioso y una religiosa había de nacer necesariamente un santo.

Monja beguina y monje, Cornelis van Haarlem, 1591

Los seguidores de este movimiento aseguraban que mediante la oración se podía llegar a un estado espiritual tan perfecto que no era necesario practicar los sacramentos ni las buenas obras e incluso se podían llevar a cabo las acciones más reprobables sin que el hecho fuese considerado pecado. Los “Alumbrados” eran contrarios a la oración, el ayuno, los gestos de adoración y veneración de imágenes, el agua bendita, la sagrada forma, la santa cruz… Tenían además costumbre de profanar lugares sagrados y obligar a las mujeres a mantener relaciones sexuales como penitencia… Este conjunto de creencias libertinas inculparon a fray Francisco de haber cometido actos pecaminosos con las jóvenes monjas. Como confesor convenció con su facilidad de palabra a las hermanas de la necesidad de alcanzar la gloria de Dios a través de actos carnales hechos en caridad, y por tanto sin ser pecaminosos. Confesó que los bebedizos y las drogas preparados por él mismo hicieron el resto. Durante meses, el confesor embaucó a las religiosas, convirtiendo el convento en su propia mancebía (y en la de los personajes ilustres mencionados más arriba), manteniendo relaciones sexuales con las religiosas, incluida la priora. Tan solo las monjas más ancianas se libraron del acoso y las malas artes del infame sacerdote.

Preso por la Inquisición, Zapata tu gloria será eterna, Goya, 1810

Tras ser juzgados por el tribunal de la Inquisición de Toledo, el Consejo de la Suprema dictó el 19 de marzo de 1630 sentencia definitiva contra fray Francisco García por la que se le condenaba a abjurar “de vehementi” (por serias sospechas de culpabilidad) y reclusión perpetua, con privación del ejercicio del sacerdocio y obligación de ayunar tres días a la semana, al considerarse probados los delitos de herejía alumbradista. Teresa Valle, que se encontraba recluida en el convento de Santo Domingo el Real de Toledo con las restantes monjas, fue condenada a abjurar “de levi” (por ligera sospecha de herejía) y a permanecer cuatro años reclusa en el convento toledano, privada de voto activo y pasivo y sin posibilidad de volver a la Corte, mientras que la comunidad, con el resto de las monjas, fue repartida para evitar que los hechos, el escándalo y la lujuria que rodearon el caso de las “endemoniadas” de San Plácido, se reprodujeran en el futuro…

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