jueves, 26 de marzo de 2020

La CUBA del FRANCÉS


La legendaria Cuba del Francés
Dos de mayo de 1808. El pueblo madrileño gestó espontáneamente un gran levantamiento popular contra el invasor francés, improvisando soluciones a las necesidades de la lucha callejera. Se constituyeron partidas de barrio comandadas por improvisados cabecillas que buscaban un desesperado aprovisionamiento de armas, ya que únicamente contaban con sus afiladas navajas. Sobre todo imperaba la necesidad de impedir la entrada en la ciudad de nuevas tropas francesas, para ello, el pueblo de Madrid intentó hacerse con el control de las puertas de acceso a la ciudad. Sin embargo, el grueso de las tropas napoleónicas (unos 30 000 soldados) comandadas por Murat había penetrado y se dirigía hacia el centro de Madrid.

Tarjeta postal que representa el 2 de Mayo de 1808 en la Puerta del Sol. Finales sg. XIX
Para hacerles frente, vecinas y vecinos siguieron luchando durante toda la jornada utilizando cualquier objeto que fuera susceptible de servir de arma, como piedras, agujas de coser o macetas arrojadas desde los balcones. Así, los acuchillamientos, degollamientos y detenciones se sucedieron en una jornada sangrienta que provocó las represalias de mamelucos y lanceros napoleónicos que extremaron su crueldad con la población y varios cientos de madrileños, hombres y mujeres, sin distinción de edad, como reflejaría Goya años después, en su lienzo El dos de mayo de 1808 en Madrid, también llamado La carga de los mamelucos en la Puerta del Sol.

El dos de mayo de 1808 en Madrid, Fco. de Goya, 1814
Según cuenta la leyenda durante esos días varios vecinos del barrio de Lavapiés inflamados por el odio a Francia se toparon con un soldado francés que deambulaba, despistado por los alrededores del antiguo Convento de la Merced (hoy plaza de Tirso de Molina). Una improvisada emboscada que les salió redonda ya que, dada su superioridad numérica, no les resultó difícil rodearlo y acabar con su vida.

Malasaña y su hija, detalle. Eugenio Álvarez Dumont, 1887
Pero debían esconder el cadáver. Los patriotas intuyeron que si una patrulla francesa encontraba el cuerpo de su compañero las represalias serían terriblemente contundentes y pagarían inocentes. Apremiados por la necesidad buscaron esconder el cuerpo lo más cerca y rápido posible. Fue entonces cuando las miradas se dirigieron a la bodega hoy conocida como la Taberna de Antonio Sánchez en la calle Mesón de Paredes nº 13. En su planta inferior contaba con una cueva con enormes tinajas donde se almacenaba el vino presentándose el escondite ideal. Introdujeron el cuerpo del soldado en la tinaja número seis y allí lo dejaron reposar per secula seculorum.

Taberna de Antonio Sánchez. C/ Mesón de Paredes nº 13

Desde luego, nadie osó levantar la tapa de semejante tinaja mientras duró la invasión francesa de nuestra tierra. El vino de aquella tinaja, que pronto se bautizó como la cuba del francés, fue pronto apreciado por los parroquianos del local, la mayoría ignorante de lo que había dentro, pero que lo pedía sin cesar. Y cuando al cabo de seis años, la guerra terminó, el que podía recordar ya no vivía, y el que vivía había olvidado. El caso es que durante mucho tiempo el vino procedente de esa barrica no sólo se estuvo consumiendo sino que además era alabado por su especial sabor. Vino tan famoso el de esas cubas que por su calidad o por patriótico humor negro, se le llamó con orgullo el “vino del francés”. Ni siquiera se le quitó al respetable las ganas de seguir bebiendo cuando comenzaron a aparecer hebillas y botones...

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