martes, 27 de octubre de 2020

La CASA de la CRUZ de PALO

La Fidéle Emile Charles Lecomte-Vernet, 1866 

El siguiente relato está estrechamente ligado a la famosa Casa de la Cruz de Palo, hoy tristemente desaparecida. El inmueble se situaba en una manzana de casas rodeada por cuatro calles, la de Madrid, la del Duque de Nájera, la del Rollo y la del Sacramento (esta última asidua de esta bitácora por la cantidad de sucesos bizarros y fantasmagóricas leyendas que en ella han tenido lugar, como el extraño caso del Guardia de Corps). La manzana de casas formada por estas cuatro calles aparece tanto en el plano de Pedro Texeira de 1656 como en otros planos anteriores a los años 70 del siglo XX, época en que la manzana (la nº 183 de la Planimetría general de la Villa) fue derribada, quedando un gran espacio libre solado a modo de lonja, una gran plaza sin nombre bajo cuya superficie se aprovechó para construir, hacia 1990, un aparcamiento subterráneo hoy día en uso como garaje municipal.

Plano de Pedro Texeira, 1656, en amarillo la manzana de la casa de la Cruz de Palo  

Casa de la Cruz de Palo antes de su derribo y aspecto actual de la zona  

El suceso que nos ocupa nos remite a tiempos de Felipe II, al renacimiento de Madrid como capital del Imperio Hispánico. En una de las viviendas que conformaban la manzana antes referida vivía un piadoso matrimonio musulmán formado por un hombre de avanzada edad y una joven, casi una niña, conocida en el vecindario por su excepcional belleza. Todas las versiones de la historia cuentan que la pareja disfrutaba de una relación pacífica y estable hasta que se interpuso en su relación un apuesto hidalgo cristiano, obcecado en seducir a la atractiva morisca sin importarle las consecuencias de entrometerse en relación ajena. Y el decidido galán logró su objetivo.

Pareja española, detalle de Civitates Orbis Terrarum,1572


Los furtivos amantes aprovechaban vehementemente cada ausencia del anciano marido para dar rienda suelta a sus pasiones, repitiéndose los encuentros cada vez con más intensidad y ardor hasta que en una ocasión el apasionado caballero no se presentó a su encuentro clandestino. A la bella mahometana le extrañó su ausencia, no dándole importancia en un primer momento aunque comenzó a preocuparse viendo pasar los días sin tener noticia de su amado. Un inexplicable vacío que la sumió en una profunda tristeza y en un doloroso recuerdo.

Amante emparedado, photocollage del autor @juansanguinocollado  

Ella sufrió en silencio la desaparición y el abandono, sin sospechar que poco tiempo después sería testigo un terrible secreto. Cuando su vetusto marido pasó a mejor vida, la aún joven viuda optó por realizar una profunda reforma en la casa, lo que le llevó a subir al desván, estancia a la que en vida de su esposo tenía prohibido el acceso. Allí descubrió horrorizada, tras una mal disimulada grieta en la pared, el cadáver de su amante cristiano emparedado bajo el mismo techo donde habían llevado en secreto su amor adúltero. Inmediatamente dedujo lo sucedido, que su apasionado amante había sido sorprendido en alguna de sus idas y venidas por su iracundo esposo y que éste no tuvo piedad ni clemencia de quien quebrantaba el sagrado vínculo de su matrimonio. En ese mismo instante, según nos transmite la leyenda, como tributo a su amante la mujer decidió convertirse al cristianismo y en su recuerdo mandó colocar en el tejado una cruz de palo, para que todos fuesen testigos de su cambio de fe.

Aparecido de la Casa de la Cruz de Palo, photocollage del autor @juansanguinocollado  

Cierta o no, la historia acaecida en aquella vivienda hoy desaparecida dio lugar a la fantasmagórica leyenda. Desde entonces, y aún hoy, en las noches de luna llena puede verse vagando por la Calle del Sacramento el espíritu de aquel desgraciado caballero cristiano penando por haber sido cruel y forzosamente separado de los brazos de su amada.

lunes, 19 de octubre de 2020

El NIGROMANTE del CALLEJÓN del PERRO

Nigromante invocando un perro fantasmal Matthäus Merian el Viejo c.1650 

Hace más de quinientos años, en los estrechos recovecos que conformaban el laberíntico centro de Madrid, existía un pequeño y sombrío callejón por el que se evitaba pasar. Era el callejón del Perro que discurría entre la calle Tudescos y la calle de Silva. Desgraciadamente, hacia 1925, esta breve y tenebrosa calle desaparecería debido a la construcción y trazado del tercer tramo de la Gran Vía, avenida que, como sabemos, se abrió paso a través del casco histórico de Madrid arrasando todo lo que se encontraba en su planeado camino. 

Situación del callejón del Perro antes de 1925  




El punto exacto donde tuvo lugar la historia que nos ocupa se hallaba justo en medio de la excitante y cosmopolita avenida, aproximadamente a la altura del número 50. Allí se encontraba el solar que ocupaba la casa señorial de un vilipendiado estudioso de la Astrología y el Ocultismo: el polifacético noble y maestre de la Orden de Calatrava D. Enrique de Villena.

Retrato de Dn. Enrique de Aragon, marques de Villena, Santiago Llanta y Guerin, c.1860  

Según cuenta la leyenda, protegiendo el portal de dicha casa y atado a una gruesa cadena, se hallaba apostado un terrífico centinela en forma de una enorme e intimidante mastín de color negro. El amenazante perro no era temido por sus fauces y ataques sino por algo mucho peor. Se rumoreaba que la bestia no era un perro ordinario y se le atribuían siniestros poderes mágicos propios de un hellhound o sabueso del Infierno. Se decía que en sus ojos se hallaba el Mal pues si el animal te miraba fijamente podía echarte un funesto mal de ojo. En pocos días, tu suerte se acabaría, una enfermedad te asolaría y en breve, una horrible y tortuosa muerte te conduciría prematuramente a la tumba. Como es de imaginar, si bien aquellos tiempos las calles no tenían nombres oficiales, todo el mundo conocía esta callejuela como el “callejón del Perro”. Según las malas lenguas, la enorme puerta que custodiaba el imponente y diabólico mastín era la entrada a un vasto laboratorio usado para realizar experimentos de alquimia y demás prácticas ocultas y aseveraban que la casa albergaba una biblioteca encubierta repleta de cientos de volúmenes de obras prohibidas y diabólicos grimorios. Otros vecinos, por temor a ser oídos, susurraban que tras la puerta vivía un hechicero, un nigromante  que se dedicaba a invocar los espíritus de las almas fallecidas y que se comunicaba con el mismo Lucifer. Sospechas bien fundadas y cercanas a la realidad pues el propietario, D. Enrique de Villena, era un notorio practicante de lo oculto y de los misterios esotéricos.

Bestia atacando a viajeros, Hans Weiditz, 1517   

D. Enrique, de gran talento y virtudes, dedicó su vida al intenso estudio de todas las artes y el saber de su época. Villena consultó las bibliotecas en cada rincón del reino, estudiando el contenido de raros códices e incunables. Sus pesquisas englobaban los trasfondos de un sinfín de temas siendo inagotable su sed de aprender. Sus estudios abarcaban tratados, manuscritos, documentos y volúmenes de filosofía, teología, química, matemáticas, astronomía, literatura, medicina, física e incluso gastronomía. Aislado en remotos conventos y rebuscando tras polvorientos estantes, D. Enrique dio con libros prohibidos por la Iglesia, textos árabes, hebreos, griegos y latinos, obras que años después serían quemadas por la Inquisición y que no han sobrevivido a nuestros días.

Los doze trabajos de Hércules, D. Enrique de Villena, Ed. Burgos, 1499   

El bagaje de conocimientos de Villena, incluyendo los relativos a temas ocultos y proscritos, creció con tal rapidez y se hicieron tan amplios que pronto empezaron a circular sospechas de que el maestre sólo podía haber adquirido tal cantidad de sabiduría con ayuda de la magia y la brujería. Pasó los últimos años de su vida entre Toledo, Valencia y Madrid inmerso en sus escritos e investigaciones, su sed de conocimientos no cesó. El 15 de diciembre de 1434 aquel hombre destinado a ser el legítimo marqués de Villena (no llegó a poseer este título pues fue incorporado a la corona de Castilla, reinando Enrique III, como reembolso de un crédito de sesenta mil doblas que Enrique II había concedido a sus padres), murió de fiebres altas en el monasterio de San Francisco de Madrid dando origen a su más negra leyenda. La de las dos muertes de D. Enrique de Villena.

Alquimista, Cornelis Pietersz, 1663, Getty Museum, Los Angeles   

Al parecer, D. Enrique, en su lecho de muerte, dio indicaciones a su ayudante personal, un negro morisco llamado Alí, para que llevara a cabo una serie de instrucciones muy específicas y extrañas tras el momento de su óbito. Villena le mostró a su asistente un gorro y le explicó sus sorprendentes poderes mágicos: al llevarla sobre la cabeza, la prenda transformaba físicamente a su portador adoptando automáticamente el aspecto de Villena. Alí debía llevarla siempre puesta para no generar sospechas de que Villena en realidad estaba muerto. El siguiente paso de las instrucciones sería llevarse el cadáver de su amo, y, sobre la mesa del laboratorio descuartizarlo en trozos más pequeños que una onza. Después debía mezclar sangre, carne y huesos, y una vez mezclados, meterlos dentro de un matraz grande y transparente que contenía un elixir especial que D. Enrique había creado. Dicho recipiente debía ser ocultado secretamente bajo una montaña de estiércol de caballo en los establos anexos a la casa. El fiel morisco llevó a cabo las instrucciones de su señor al pie de la letra. Era de vital importancia que durante los nueve meses siguientes ocultase la ausencia de su señor.

Fausto creando un homúnculo, grabado alemán, siglo XIX   

Sin embargo una mañana cuando asistía a misa transformado en su señor se topó con el capellán de la iglesia, quien le saludó, pero el doméstico temiendo ser descubierto, no le saludó quitándose el gorro como mandaban los cánones de buena conducta. Esta descortesía enfureció al capellán y a los nobles que le acompañaban. El grupo rodeó al falso Villena y le exigieron una explicación por tal conducta. Tras esgrimir débiles excusas el criado recibió una bofetada que hizo saltar el gorro de su cabeza. El engaño fue descubierto. El sirviente asustado confesó las diabólicas instrucciones dadas por su amo. Sorprendidos y atemorizados, el capellán y sus nobles acompañantes obligaron al morisco a llevarles a la vivienda de Villena donde se reunirían con los alguaciles que verificarían los sacrílegos actos cometidos. Al llegar a la casa accedieron a las caballerizas evitando al feroz guardián de la entrada y encontraron la fétida pila de estiércol de la que rescataron el frasco de cristal. El recipiente aun contenía una repugnante sustancia oleosa, casi bilis, en la que se podía distinguir claramente un horrible feto de ocho meses de edad. El capellán hizo el frasco que contenía el homúnculo completamente añicos contra el suelo y el servidor de D. Enrique fue apresado para su posterior condena en la hoguera. Los que había sido testigos del descubrimiento del feto temblaban al pensar que si hubiera trascurrido sólo un mes más, el siniestro D. Enrique de Villena, amante de lo oculto, brujo y nigromante, habría resucitado retornando al mundo de los vivos.

Homúnculos, Rotulum hieroglyphicum G. Riplaei Equitis Aurati c. 1560   

Además, la inmerecida fama de hereje y mago negro de D. Enrique, según sus detractores claramente sospechoso de llevar a cabo pactos diabólicos, llevó a las autoridades a mandar localizar y destruir todos los libros de su famosa biblioteca, tanto los recopilados por él en latín, griego, hebreo o árabe como los escritos por el mismo Villena. Debían desaparecer todos los que se consideraran sacrílegos o que trataran sobre lo oculto. Las fuerzas del orden, encabezadas por fray Lope de Barrientos, registraron de arriba abajo la casa del noble, sita en el callejón del Perro. El enorme mastín que custodiaba la entrada y por ende la biblioteca y el laboratorio de D. Enrique opuso feroz resistencia y tuvo que ser eliminado a varios tiros de ballesta. Mientras el animal yacía mortalmente herido los oficiales registraron las distintas estancias lográndose llevar consigo docenas de cajas y sacas llenas de libros, manuscritos, cartas personales e instrumental científico que se perderían para siempre entre las llamas de una colosal hoguera purificadora.

Cacería de la bestia de Chazes, Antoine de Beauterne, c. 1770   

Pero la cosa no quedó ahí. Según la leyenda tiempo después de la muerte de la bestia su espíritu maléfico seguía aún deambulando por la calles. El espectro animal perseguía, amenazaba y ladraba ferozmente a todo insensato paseante en las noches solitarias. Esas apariciones acaecían como una especie de reclamo de justicia, de retribución y reconocimiento a su desprestigiado amo, cultísimo personaje que dedicó su vida a las artes y el estudio, que fue víctima de la ignorancia y la superstición de la época que le tocó vivir, que fue desacreditado por su enemigos políticos que lo tildaron de hechicero y nigromante y cuyo recuerdo fue casi borrado de las páginas de la historia.

miércoles, 7 de octubre de 2020

LA CASA DE LAS SIETE CHIMENEAS

Casa de las Siete Chimeneas, vista desde el ángulo sureste

Uno de los enigmas más conocidos y al que más cariño tengo, por ser la primera historia de fantasmas que escuché de la ciudad de Madrid, es el de la llamada Casa de las Siete Chimeneas. Recibe este nombre porque este edificio del siglo XVI cuenta efectivamente con tal número de chimeneas en su tejado, acaso representación de los siete pecados capitales (lujuria, ira, soberbia, avaricia, pereza, envidia y gula) que el rey Felipe II, personaje esencial en este misterio, quebrantó sin remordimiento tantas veces.

Felipe II por Sofonisba Anguissola, 1573, Museo Nacional del Prado

Declarada Bien de Interés Cultural (BIC) en 1995, la casa alberga hoy el Ministerio de Cultura, entre la calle Infantas y la Plaza del Rey, y fue uno de los primeros edificios construidos en la recién estrenada capital del imperio. Aunque hay huecos documentales se atribuyó su construcción a Juan Bautista de Toledo y Antonio Sillero siendo ampliada por el famosísimo Juan de Herrera. En los años de su construcción (hacia 1560) la zona estaba ocupada por huertos y jardines siendo claramente su uso de casa de campo, según la leyenda, mandada construir por un veterano montero del emperador Carlos V como obsequio para su joven hija Elena. Sin embargo, como suele pasar en estos casos, las malas lenguas corrieron el rumor que lo del montero era una tetra del joven rey Felipe II para dar cobijo a dicha joven con la que tenía habituales escarceos sexuales. Elena aportaba pasión y aventura al rey y éste se dejaba llevar sin poder evitar controlarse.

Placa de azulejos de la Plaza del Rey. Taller de Alfonso Ruiz de Luna  

Cuando la jovencísima Ana de Austria llegó a España para casarse con el monarca (a la sazón su tío) y darle un heredero idóneo (futuro Felipe III), Felipe comprendió que no podía compartir dos lechos y actuó como tenía por costumbre: ordena que Elena fuese quitada de en medio obligando a la chica a casarse con un varón de añejo linaje madrileño, el capitán de los Tercios de Flandes, D. Fernando Zapata. El militar quedó embelesado por su belleza y se casó con ella de buen grado. La pobre Elena no tanto. Contrajeron nupcias rodeados de todo tipo de fastuosidades, siendo una ceremonia muy comentada por los habitantes de la Villa y Corte. Irónicamente (o diabólicamente) el mismo rey Felipe II fue padrino de la boda y aportó 13 arras de oro con su propia efigie real.

1/2 Real de oro de Felipe II. CoinsHome

No pudieron disfrutar mucho de su luna de miel, pues al poco tiempo de su enlace el capitán Zapata fue requerido para marchar a la conflictiva zona de Flandes sublevada contra los métodos represores del Gran Duque de Alba. Pasaron algunos meses y la triste noticia llegó a Madrid y, por ende, a oídos de la joven Elena, sola en tan enorme casona. El capitán Zapata había fallecido durante el combate en la puesta de la bandera sobre los muros de la asediada ciudad de Haarlem. Elena de Zapata quedó sumida en un oscuro abatimiento encerrada en sus aposentos. No quería comer, apenas dormía, no hallaba consuelo para su desgracia pues, a pesar de haber sido obligada a casarse con el capitán, el poco tiempo que estuvieron juntos le bastó para enamorarse realmente de él. Los sirvientes aseguraban que se pasaba los días encerrada en la casa llorando su duelo.

El milagro de Empel, Augusto Ferrer-Dalmau, 2015

Pero la tragedia no acabó ahí. Al poco tiempo de enviudar, Elena fue encontrada muerta en su alcoba. Los sirvientes que la encontraron conjeturaron inmediatamente que había fallecido a causa de la inmensa pena que encogía su corazón pero, tras un vistazo más detenidamente al cadáver, encontraron signos de violencia y varias heridas de arma blanca. Inmediatamente fueron a buscar a las autoridades para dar aviso del hecho pero, cuando volvieron a la habitación, el cuerpo de la joven había desaparecido, dando pie a toda suerte de especulaciones, llegándose incluso a culpar al padre de Elena, que había visitado a su hija días antes del hallazgo del cadáver  y que poco después decidió (quizá por remordimientos o sucumbiendo a la presión popular) suicidarse colgándose de una de las vigas de la oscura casa. Las hipótesis, suposiciones, conjeturas y teorías conspiratorias inundaron los mentideros de Madrid. No se sabía dónde estaba el cadáver de la joven, quién la había asesinado, cuáles fueron los motivos del homicidio…

Espectro de Elena, photocollage del autor @juansanguinocollado

Pero las habladurías no hicieron más que multiplicarse cuando empezó a correrse la voz de que por la casa que tantas extrañas muertes había provocado deambulaba un fantasma. Se contaba que algún nocturno transeúnte había sido testigo de un tétrico toque de ánimas (sobre las 21:00 h. en invierno, una hora más tarde en verano) seguido de una aparición espectral, una figura femenina de extraordinaria belleza cubierta por vaporosos y blancos ropajes que se paseaba con una antorcha por entre las chimeneas del tejado de la casa. Con paso firme, la dama hacía su trayecto hasta que se detenía mirando hacia el antiguo Alcázar (hoy Palacio Real). El espectro, tras lanzar un terrorífico alarido, se ponía de rodillas y dándose golpes en el pecho apuntaba con su índice izquierdo hacia la residencia real, como declarando quién había sido el responsable de su fantasmagórica presencia. Se decía que era el espíritu de Elena que aparecía esas noches claras para azuzar la conciencia del rey, quejándose por haber ordenado su asesinato. Según esta teoría, tras la muerte del capitán Zapata, el monarca, ya cansado de su reina y aprovechando la coyuntura, pretendía volver a tener relaciones con la bella joven. Ésta, enamorada de su difunto esposo, se negaba categóricamente y el monarca habría mandado al montero para convencer y aplacar las negativas de Elena. Posiblemente, en una de esas visitas, al no conseguir hacer cambiar de opinión a la chica el padre preso de la ira se abalanzó sobre su hija y acabó asesinándola. Acorralado por las circunstancias sería él el que hizo desaparecer el cadáver y se ahorcaría preso de los remordimientos por haber acabado con la vida de su propia niña.

 Ilustración The Black Cat de Edgar Allan Poe, Frederick Simpson Coburn, 1902

Fábula o no, pasó el tiempo y llegó el siglo XIX. Ya nadie hablaba de la aparecida de la antorcha y el edificio fue destinado en 1881 a albergar la nueva sede del Banco de Castilla en Madrid. Necesitada de restauración y acondicionamiento comenzaron las obras en la Casa de las Siete Chimeneas. Durante las obras, en la restauración de los sótanos, los albañiles huyeron despavoridos tras picar las paredes y encontrar el cadáver momificado de una mujer vestida de blanco. A los pies de la dama encontraron varias monedas de oro con la efigie de Felipe II. Quizá eran las arras del día de su boda. Este hallazgo fue el tétrico epílogo a una de las leyendas más viva y más tenida por cierta del imaginario histórico de la ciudad de Madrid…

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