miércoles, 25 de marzo de 2020

CALLE de la CABEZA


Esquina de Calle de La Cabeza
La calle de la Cabeza, muy próxima a la céntrica plaza de Tirso de Molina y en pleno barrio de Lavapiés, luce una placa de azulejos que no pasa inadvertida. A parte de tan peculiar nombre, en ella aparece una daga, una cabeza decapitada encima de un plato y un carnero degollado, imágenes relacionadas con una macabra leyenda que data de los tiempos de Felipe III y que se contaba con timorata reserva en los mentideros de la Villa y Corte.

Placa de azulejos de la Calle de la Cabeza. Taller de Alfonso Ruiz de Luna
En dicha calle tenía su residencia un religioso que gozaba de una inmejorable posición económica, en compañía de un ama castellana y un sirviente portugués. Un trágico día, con el ama ausente para oír misa, el criado, envidioso y acosado por las deudas, decapitó al sacerdote para robarle el dinero, las joyas y demás objetos de valor que guardaba en la casa. Después cerró a cal y canto la vivienda y huyó a Portugal, parte, por aquel entonces, de los reinos que componían el Imperio español y que vivían bajo la Pax Hispanica, la paz internacional que caracterizó el reinado del heredero de Felipe II.

Detalle de decapitación. Grabado de la Columna de Marco Aurelio. Roma
Cuando el ama volvió de su misa diaria no pudo entrar en la casa y, alarmada, pidió ayuda a la Justicia. Se descubrió entonces el cadáver decapitado del clérigo y el saqueo de sus valiosas posesiones. Pero lo que no encontraron fue su cabeza. A pesar de las pesquisas realizadas para encontrar al criado huido, supuesto autor de un crimen tan brutal, las autoridades no lograron dar con él y el asesinato del sacerdote cayó en el olvido.

Mercedario decapitado. Taller de Fco. de Zurbarán 1598-1664
Tiempo después, cuando los ecos del siniestro asesinato casi se habían disipado, el luso homicida regresó a Madrid convertido en un respetable caballero creyéndose libre e impune. Una buena mañana decidió comprar en El Rastro una cabeza de carnero para cocinarla llevándosela tranquilamente a su casa envuelta en un saco. Por el camino, un alguacil le detuvo para interrogarle ante el hecho de que el saco que portaba iba dejando a su paso un abundante rastro de sangre. El criminal muy seguro de sí mismo respondió que era la testuz de un carnero que acababa de comprar y se dispuso a sacarla del saco sangriento para mostrársela a la autoridad.

Decapitado. Magasin Pittoresque, 1869
De pronto, la sorpresa y el horror quedaron plasmados en la cara de ambos, cuando lo que el portugués sacó no fue la testa de un carnero sino la cabeza perdida del presbítero asesinado años antes. Inmediatamente el sirviente fue arrestado y conducido a la Cárcel de Corte.

S. Dionisio. Taller de A. Le Moiturier, 1460-1470. Bode-Museum, Berlín
Hondamente impresionado por tan milagrosa aparición y atrapado por prueba tan irrefutable, el asesino confesó su atroz crimen y fue condenado a muerte por la Justicia Real, cumpliéndose la sentencia de decapitación en la Plaza Mayor de Madrid, lo usual en tales tiempos. Para dar testimonio de los hechos acaecidos y como ejemplo y aviso para futuros criminales, el rey Felipe III mandó colocar una cabeza de granito en el lugar del horripilante crimen, cabeza que, con el tiempo, daría su nombre a la actual Calle de la Cabeza.

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