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Fachada del Salón de Reinos. Fotomontaje Cuarto Milenio
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Revisando mis caóticas notas sobre posibles temas a tratar
relacionados con las historias, anécdotas y leyendas de la Villa y Corte, me
reencontré con la poco conocida historia de las apariciones fantasmales en el Salón
de Reinos del antiguo Palacio del Buen Retiro, concretamente mientras fue sede
del Museo del Ejército antes de su traslado al Alcázar de Toledo. En mis notas
garabateadas se resume someramente la historia contada por Álvaro Martín (presentador en Onda Madrid del genial “Madrid Misterioso”) ante las cámaras de Cuarto Milenio (temporada 14, programa 554), pasando después por los testimonios de algunos testigos de
los hechos (unos a cara descubierta, otros desde la penumbra), prestando
especial atención a la narración del comandante J.A. Suárez, ex jefe de Área de
Investigación Museo del Ejército, que tuvo a bien romper el silencio marcial sobre
los fenómenos paranormales sucedidos en tan especial edificio durante su entrevista
con Carmen Porter sobre “los moradores del Museo del Ejército”.
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Detalle puerta de acceso del Salón de Reinos |
Desde 1997 hasta 2010, año en que termina la actividad del Museo
del Ejército en Madrid (fue trasladado a Toledo no sin cierta polémica que dura
hoy día) se sucedieron incansables y numerosísimos fenómenos que siempre quedaron
entre las cuatro paredes del hermético mundo castrense. Hasta que los testigos
no pudieron callar más a pesar de los momentos de angustia y terror pasados. Según
el testimonio desde la penumbra de una antigua limpiadora del edificio, la
inmensa mayoría de sus compañeros y compañeras de trabajo veían y oían cosas
raras, como por ejemplo a un grupo de niños corretear gritando por los pasillos y
algunas salas del Museo a horas en que el
edificio no estaba abierto al público.
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Vista noreste del Salón de Reinos
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La mayoría de testimonios son narrados por el gremio de
vigilantes de seguridad durante cuyas rondas nocturnas las apariciones eran más
frecuentes. Por ejemplo R. Molina que cuenta cómo se sentía siempre acompañado
y observado durante sus paseos por las estancias o uno de sus compañeros que
desde el anonimato cuenta cómo mientras estaba conversando con otro colega
durante una guardia a las cuatro de la madrugada escucharon a un tercer
interlocutor de ultratumba que se metía en su conversación y les contestaba nítidamente.
Como para no estar aterrorizado. Pero también hay testimonios de militares como
el de Simón J. Romero, brigada del Ejército de Tierra que estuvo destinado en
el museo entre 1998 y 2003 y cuenta su encuentro con una figura
sotanada, incluso lo describe como un
hombre de unos cincuenta y tantos años, de complexión gruesa, que se dirigía hacia
él y de repente se esfumó ante sus ojos. El militar estaba convencido de que estas
almas espectrales estarían atrapadas en el edificio y se tenían que dejar
ver por algún motivo, porque realmente necesitarían ayuda. Quizá no fuera sólo el
edificio sino que también el tipo de fondos allí expuestos (armas, uniformes,
objetos relacionados con la guerra y la muerte en batalla) podrían tener mucho
que ver con tales manifestaciones.
Como he anunciado más arriba, las notas más jugosas las
aportó el comandante Suárez, que llegó al Museo como Capitán y acabó como Comandante Jefe del Área de Investigación y Conservador Jefe del Departamento de Armas y Metales. Pasó
12 años en el Salón de Reinos con su “tranquilo” trabajo de historiador,
estudiando y catalogando una ingente lista de fondos bélicos (refiere sorpresas
como desenvainar armas y ver en ellos restos de sangre), eso sí, era raro el día
que no sucedía algún hecho extraño. La continua desaparición de fichas técnicas o encontrar la puerta de su
despacho abierta a pesar de asegurarse concienzudamente de cerrarla a cal y
canto (en su despacho había piezas de valor incalculable) lo pusieron sobre
aviso. Y más aún tras compartir impresiones con los guardias de seguridad del
turno de noche. Echando la vista atrás recuerda su primer despacho en la zona
del sótano, claustrofóbico y sin ventilación, donde la energía era muy densa y
notaba continuamente presencias que le observaban y se paseaban como sombras
por un pasillo angosto y vacío. Puso en conocimiento de sus superiores los
hechos pero nada se podía hacer.
La cosa no se limitaba al sótano. En cierta sala de la
planta baja, planta de artillería, existían unos suntuosos cortinajes de
terciopelo que se corrían y descorrían a voluntad, contraventanas movidas al
compás de repentinas corrientes de aire, sensación de cambio extremo de
temperatura al pasar de una sala a otra, ruidos de personas, pasos,
corriendo por salas vacías… y así un largo catálogo de sucesos inexplicables.
El mismo comandante fue testigo junto a una chica vigilante de seguridad de cómo,
sobre las 12 del mediodía, en la planta noble del Salón de Reinos, concretamente
en la Sala de Armas con suelo de parquet, escucharon ruido de niños correteando
y riendo (fenómeno muy repetido), buscaron a la chiquillería por distintas
salas y no encontraron nada.
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Felice Gazzola con el Alcázar de Segovia al fondo. Retrato anónimo
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Interesante es la aparición de un personaje encontrado por
varias personas que, aunque no interactuaba con los testigos, era de sobra
conocido por los asiduos del Museo. Se trataba de Felice Gazzola, el Conde Gazzola,
militar y aristócrata italiano a las órdenes de Carlos III, Comandante General
del Real Cuerpo de Artillería, fundador del Real Colegio de Artillería y Director
del Real Colegio de Caballeros Cadetes de Segovia. Las crónicas cuentan que murió
en Madrid a edad avanzada (81 años) y fue enterrado en la desaparecida iglesia
de San Martín (derrumbada como otros tantos edificios por orden de José Bonaparte,
alias “Pepe Plazuelas”). A los restos del conde se le pierden la pista, no así
a su lápida que pasó al Convento de la Trinidad, luego al MAN y de ahí al Museo
de Artillería, germen del Museo del Ejército. Parece ser que el conde se aparecía
en la sala donde estaba expuesta su lápida sepulcral. Un soldado que hacía las labores de vigilante
a la hora de cierre, vio a un caballero de pelo largo y cano, vestido como de
otra época, al que indicó el cierre y la
necesidad de desalojar la sala. El caballero hizo caso omiso y el soldado,
apresurado por su tarea, decidió seguir con su ronda. Al día siguiente el soldado se percató de que
en la misma sala estaba expuesto un retrato del Conde Gazzola al que
inmediatamente reconoció como el caballero con el que se había cruzado el día
anterior.
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Lápida sepulcral del Conde Gazzola. Museo del Ejército. Madrid |
Sin embargo no es el único aparecido. El comandante habló de
la conocida por las gentes del Museo como la “Dama de Rojo”, estilizada figura
femenina de extraordinaria belleza, largo pelo negro y traje de época de color
rojo que se suele pasear por la 2ª planta de Ingenieros. Esta dama sí interactúa.
En una ocasión, un vigilante hacía la ronda por la planta superior acompañado
por una amiga que había ido a visitarle mientras otro compañero vigilante hacía
la ronda por la planta baja. Cuando el
vigilante y la chica se encontraban en la zona de la Guerra de la Independencia
la joven entró en pánico y se desmayó, no sin antes contar que se le había
aparecido de la nada una dama vestida de rojo y le había susurrado al oído que
tuviera cuidado con los hombres, que no tenían buenas intenciones. Tras el
susto salieron a relucir historias de una joven que se había suicidado por amor
arrojándose por las escaleras del mismo edificio en el siglo XIX.
De unas notas tan deslavazadas
espero haber sacado una historia legible y haber picado la curiosidad de quien
tenga a bien investigar tras estas líneas sobre el desconocido caso del antiguo Museo del Ejército
de Madrid. Lástima que el edificio esté cerrado al público. Pero hay esperanza
pues entra dentro del proyecto de Norman Foster y Carlos Rubio para la ampliación
del Museo del Prado como sala de exposiciones. Quién sabe si los fenómenos volverán
o si saldrán a la luz nuevas historias que harán difícil conciliar el sueño.
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