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Fachada de la Iglesia de Sta. Cruz en c/Atocha nº6
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Uno de mis rincones favoritos cuando me dejo llevar por los
aledaños de la Plaza mayor, es la Plaza de Sta. Cruz con la iglesia homónima a
un lado y el palacio del mismo nombre al otro. Centrándonos en el solar de la c/
Atocha nº6, donde hoy se yergue la iglesia con su llamativa torre rojiza de estilo neomudéjar
que destaca sobre todo el entorno, hablaremos de la azarosa y maldita
historia del edificio que ocupó previamente su espacio. La iglesia que vemos hoy, consagrada a la Exaltación de la Santa
Cruz, data de finales del s. XIX y principios de s. XX. Fue proyectada antes de su fallecimiento por
Francisco de Cubas y González-Montes, el muy madrileño Marqués de Cubas,
recordado además como arquitecto de la Catedral de la Almudena y efímero
alcalde de la villa (su mandato duró solo 25 días), sucediéndole en el proyecto
su discípulo Miguel de Olabarría. Se trata de una construcción ecléctica, que
cuenta con una fachada de estilo neogótico y la antes mencionada torre, que
ostentó el título de estructura más alta de la ciudad con 55 m. hasta la
erección en la década de 1920 del Edificio Telefónica en la Gran Vía con 89’30
m.
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Retrato del Fco. de Cubas La Ilustración Católica 1886 Iglesia de Sta. Cruz Ilustración Española y Americana 1902
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Pero, como antes dije, la historia que quiero tratar no tiene que ver con la
iglesia del s. XX, sino con la construcción que ocupaba anteriormente el mismo
solar, el desaparecido Convento y Colegio (pues en él se impartían estudios
públicos) de Santo Tomás de los Padres Dominicos denominado también Colegio de
Atocha pues su fachada principal, como la de la actual iglesia, daba a la calle
de Atocha esquina con la actual plaza de Sta. Cruz. Erigido a mediados del
siglo XVII, el conjunto, buen ejemplo de la arquitectura barroca española, lo
componían un convento que hacía las funciones de colegio, un patio y una
iglesia anexa de grandes dimensiones (la primitiva iglesia de la Santa Cruz
que, antes de su derrumbe por ruina y añadirse al convento en 1869, estuvo
situada en la cercana calle de la Bolsa).
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Iglesia del Convento de Sto. Tomás, J. Laurent, c. 1870 |
Fundado a mediados del siglo XVI, como un gabinete destinado
a la enseñanza teológica, dependiente de los dominicos del Real Monasterio de
Nuestra Señora de Atocha, la primera mitad del siglo XVII significaría el
momento de máximo esplendor para dicho convento. En 1626 quedó bajo el
patronazgo del Conde Duque de Olivares, quien impulsó su total remodelación,
con la construcción en 1636 de un edificio de nueva planta, en el que no se
escatimaron medios. Unos años después comenzaría su leyenda maldita. Según los
mentideros, antes de la construcción del edificio vivía en la finca un ermitaño
errante. Cuando comenzaron las obras al pobre hombre lo desalojaron del solar de
malas maneras, correspondiendo el misántropo vagabundo con el lanzamiento de
una funesta maldición sobre todo edificio que se erigiera en aquel lugar que
había sido su hogar. Verdad o leyenda, el caso es que la historia del Convento
de Santo Tomás está repleta de hechos luctuosos.
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Fachada del Convento de Sto. Tomás, c/Atocha, c. 1870
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En 1652 tuvo lugar el primero de una serie de trágicos
incendios, que obligó a reconstruir, casi por completo, tanto el convento como
su iglesia. Una vez terminadas las obras, la gigantesca cúpula (según otras versiones,
el altar mayor) se vino abajo en plena misa muriendo aplastadas más de ochenta
personas. Corría el año 1726. En 1756 sufriría un nuevo incendio, aunque, en
esta ocasión, no hubo grandes destrozos.
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Incendio de la Iglesia de Sto. Tomás, 1872. Fotografia de grabado J.E. Casariego
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En 1834 varios religiosos fueron asesinados dentro del
convento, en el contexto de la revuelta popular conocida como la “Matanza de Frailes”,
motín anticlerical que se produjo el 17 de Julio de ese mismo año. Ese día fueron
asaltados varios conventos del centro de Madrid en los que fueron asesinados setenta
y tres frailes y más de una decena resultaron heridos, a causa del rumor que se
extendió por la ciudad de que la epidemia de cólera que la asolaba desde fines
de junio se había producido porque el agua de las fuentes públicas había sido
envenenada por los frailes. Hay que recordar que los hechos se sucedieron
durante la 1ª Guerra Carlista, siendo el clero acérrimo partidario de los
tradicionalistas y enemigo de los liberales, así se consideró a todo religioso espía
en contra de las libertades del pueblo y por ende a las congregaciones grupúsculos
de saboteadores y envenenadores.
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La Degollación de los Frailes, R. Pulido, 1902 |
Dos años después, el convento sería desamortizado y las dependencias
conventuales pasarían a tener un uso civil, como sede de diferentes organismos
ministeriales y judiciales. La iglesia, en cambio, continuó dando servicio
religioso y en 1869, como hemos indicado anteriormente, acogió a la vecina
Parroquia de Santa Cruz, cuyo primitivo templo, ubicado entre la plaza y la
calle de la Bolsa, desapareció durante la Revolución de 1868 (la Gloriosa o Septembrina)
que supuso el destronamiento y exilio de Isabel II dando inicio al período
denominado Sexenio Democrático (1868-1874).
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Incendio de la Iglesia de Sto. Tomás, 1872. Fotografia de grabado J.E. Casariego |
Así se mantendría el uso religioso del edificio hasta 1872,
cuando se produjo el más terrible de sus incendios poniendo en jaque su ya
fatigadísima estructura. En 1875 las autoridades tomaron la decisión de
destruirlo, ante la amenaza de ruina. Sin embargo, el cúmulo de fatalidades no
acabó ahí, ya que, durante el derribo, se hundió una de las bóvedas aplastando
a ocho obreros y quedando otros cuatro sepultados que, afortunadamente,
pudieron ser rescatados con vida.
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Vista de la torre de la Iglesia de Sta. Cruz desde Edificio Telefónica. Fuente: madridiario
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El solar maldito quedó unos años vacío, hasta que en 1889
comenzaron las obras de la actual Iglesia de Santa Cruz, que a pesar de los
avatares sufridos durante la Guerra Civil, aún hoy sigue en pie sin percances. Parece
ser que la maldición no se ha contagiado al nuevo templo. Esperemos que la
historia no se repita.
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