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Nigromante invocando un perro fantasmal Matthäus Merian el Viejo c.1650
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Hace más de quinientos años, en los estrechos recovecos que
conformaban el laberíntico centro de Madrid, existía un pequeño y sombrío callejón por el que se evitaba pasar. Era el callejón del Perro que
discurría entre la calle Tudescos y la calle de Silva. Desgraciadamente, hacia 1925, esta breve y tenebrosa calle desaparecería debido a la
construcción y trazado del tercer tramo de la Gran Vía, avenida que, como sabemos, se abrió paso
a través del casco histórico de Madrid arrasando todo lo que se encontraba en
su planeado camino.
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Situación del callejón del Perro antes de 1925
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El punto exacto donde tuvo lugar la historia que nos ocupa
se hallaba justo en medio de la excitante y cosmopolita avenida,
aproximadamente a la altura del número 50. Allí se encontraba el solar que
ocupaba la casa señorial de un vilipendiado estudioso de la Astrología y el Ocultismo:
el polifacético noble y maestre de la Orden de Calatrava D. Enrique de Villena.
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Retrato de Dn. Enrique de Aragon, marques de Villena, Santiago Llanta y Guerin, c.1860 | |
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Según cuenta la leyenda, protegiendo el portal de dicha casa
y atado a una gruesa cadena, se hallaba apostado un terrífico centinela en
forma de una enorme e intimidante mastín de color negro. El amenazante perro no
era temido por sus fauces y ataques sino por algo mucho peor. Se rumoreaba que
la bestia no era un perro ordinario y se le atribuían siniestros poderes
mágicos propios de un hellhound o sabueso del Infierno. Se decía que en sus
ojos se hallaba el Mal pues si el animal te miraba fijamente podía echarte un funesto mal de ojo. En pocos días, tu suerte se acabaría, una enfermedad te asolaría
y en breve, una horrible y tortuosa muerte te conduciría prematuramente a la
tumba. Como es de imaginar, si bien aquellos tiempos las calles no tenían
nombres oficiales, todo el mundo conocía esta callejuela como el “callejón del
Perro”. Según las malas lenguas, la enorme puerta que custodiaba el imponente y
diabólico mastín era la entrada a un vasto laboratorio usado para realizar
experimentos de alquimia y demás prácticas ocultas y aseveraban que la casa
albergaba una biblioteca encubierta repleta de cientos de volúmenes de obras
prohibidas y diabólicos grimorios. Otros vecinos, por temor a ser oídos,
susurraban que tras la puerta vivía un hechicero, un nigromante que se dedicaba a invocar los espíritus de las
almas fallecidas y que se comunicaba con el mismo Lucifer. Sospechas bien
fundadas y cercanas a la realidad pues el propietario, D. Enrique de Villena,
era un notorio practicante de lo oculto y de los misterios esotéricos.
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Bestia atacando a viajeros, Hans Weiditz, 1517 | | |
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D. Enrique, de gran talento y virtudes, dedicó su vida al
intenso estudio de todas las artes y el saber de su época. Villena consultó las
bibliotecas en cada rincón del reino, estudiando el contenido de raros códices
e incunables. Sus pesquisas englobaban los trasfondos de un sinfín de temas
siendo inagotable su sed de aprender. Sus estudios abarcaban tratados,
manuscritos, documentos y volúmenes de filosofía, teología, química,
matemáticas, astronomía, literatura, medicina, física e incluso gastronomía.
Aislado en remotos conventos y rebuscando tras polvorientos estantes, D. Enrique
dio con libros prohibidos por la Iglesia, textos árabes, hebreos, griegos y
latinos, obras que años después serían quemadas por la Inquisición y que no han
sobrevivido a nuestros días.
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Los doze trabajos de Hércules, D. Enrique de Villena, Ed. Burgos, 1499 | | |
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El bagaje de conocimientos de Villena, incluyendo los relativos
a temas ocultos y proscritos, creció con tal rapidez y se hicieron tan amplios
que pronto empezaron a circular sospechas de que el maestre sólo podía haber
adquirido tal cantidad de sabiduría con ayuda de la magia y la brujería. Pasó
los últimos años de su vida entre Toledo, Valencia y Madrid inmerso en sus
escritos e investigaciones, su sed de conocimientos no cesó. El 15 de diciembre
de 1434 aquel hombre destinado a ser el legítimo marqués de Villena (no llegó a
poseer este título pues fue incorporado a la corona de Castilla, reinando
Enrique III, como reembolso de un crédito de sesenta mil doblas que Enrique II
había concedido a sus padres), murió de fiebres altas en el monasterio de San
Francisco de Madrid dando origen a su más negra leyenda. La de las dos muertes
de D. Enrique de Villena.
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Alquimista, Cornelis Pietersz, 1663, Getty Museum, Los Angeles | | |
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Al parecer, D. Enrique, en su lecho de muerte, dio
indicaciones a su ayudante personal, un negro morisco llamado Alí, para que
llevara a cabo una serie de instrucciones muy específicas y extrañas tras el
momento de su óbito. Villena le mostró a su asistente un gorro y le explicó sus
sorprendentes poderes mágicos: al llevarla sobre la cabeza, la prenda
transformaba físicamente a su portador adoptando automáticamente el aspecto de
Villena. Alí debía llevarla siempre puesta para no generar sospechas de que
Villena en realidad estaba muerto. El siguiente paso de las instrucciones sería
llevarse el cadáver de su amo, y, sobre la mesa del laboratorio descuartizarlo
en trozos más pequeños que una onza. Después debía mezclar sangre, carne y
huesos, y una vez mezclados, meterlos dentro de un matraz grande y transparente
que contenía un elixir especial que D. Enrique había creado. Dicho recipiente
debía ser ocultado secretamente bajo una montaña de estiércol de caballo en los
establos anexos a la casa. El fiel morisco llevó a cabo las instrucciones de su
señor al pie de la letra. Era de vital importancia que durante los nueve meses
siguientes ocultase la ausencia de su señor.
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Fausto creando un homúnculo, grabado alemán, siglo XIX | | |
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Sin embargo una mañana cuando asistía a misa transformado en
su señor se topó con el capellán de la iglesia, quien le saludó, pero el
doméstico temiendo ser descubierto, no le saludó quitándose el gorro como
mandaban los cánones de buena conducta. Esta descortesía enfureció al capellán
y a los nobles que le acompañaban. El grupo rodeó al falso Villena y le
exigieron una explicación por tal conducta. Tras esgrimir débiles excusas el
criado recibió una bofetada que hizo saltar el gorro de su cabeza. El engaño
fue descubierto. El sirviente asustado confesó las diabólicas instrucciones dadas
por su amo. Sorprendidos y atemorizados, el capellán y sus nobles acompañantes
obligaron al morisco a llevarles a la vivienda de Villena donde se reunirían
con los alguaciles que verificarían los sacrílegos actos cometidos. Al llegar a
la casa accedieron a las caballerizas evitando al feroz guardián de la entrada y
encontraron la fétida pila de estiércol de la que rescataron el frasco de
cristal. El recipiente aun contenía una repugnante sustancia oleosa, casi
bilis, en la que se podía distinguir claramente un horrible feto de ocho meses
de edad. El capellán hizo el frasco que contenía el homúnculo completamente añicos contra el suelo y el
servidor de D. Enrique fue apresado para su posterior condena en la hoguera.
Los que había sido testigos del descubrimiento del feto temblaban al pensar que
si hubiera trascurrido sólo un mes más, el siniestro D. Enrique de Villena,
amante de lo oculto, brujo y nigromante, habría resucitado retornando al mundo
de los vivos.
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Homúnculos, Rotulum hieroglyphicum G. Riplaei Equitis Aurati c. 1560 | | |
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Además, la inmerecida fama de hereje y mago negro de D. Enrique, según
sus detractores claramente sospechoso de llevar a cabo pactos diabólicos, llevó
a las autoridades a mandar localizar y destruir todos los libros de su famosa biblioteca,
tanto los recopilados por él en latín, griego, hebreo o árabe como los escritos
por el mismo Villena. Debían desaparecer todos los que se consideraran
sacrílegos o que trataran sobre lo oculto. Las fuerzas del orden, encabezadas
por fray Lope de Barrientos, registraron de arriba abajo la casa del noble,
sita en el callejón del Perro. El enorme mastín que custodiaba la entrada y por
ende la biblioteca y el laboratorio de D. Enrique opuso feroz resistencia y
tuvo que ser eliminado a varios tiros de ballesta. Mientras el animal yacía
mortalmente herido los oficiales registraron las distintas estancias lográndose
llevar consigo docenas de cajas y sacas llenas de libros, manuscritos, cartas
personales e instrumental científico que se perderían para siempre entre las
llamas de una colosal hoguera purificadora.
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Cacería de la bestia de Chazes, Antoine de Beauterne, c. 1770 | | |
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Pero
la cosa no quedó ahí. Según la leyenda tiempo después
de la muerte de la bestia su espíritu maléfico seguía aún deambulando por la
calles. El espectro animal perseguía, amenazaba y ladraba ferozmente a todo insensato paseante
en las noches solitarias. Esas apariciones acaecían como una especie de reclamo de justicia, de
retribución y reconocimiento a su desprestigiado amo, cultísimo personaje que
dedicó su vida a las artes y el estudio, que fue víctima de la ignorancia y la
superstición de la época que le tocó vivir, que fue desacreditado por su
enemigos políticos que lo tildaron de hechicero y nigromante y cuyo recuerdo
fue casi borrado de las páginas de la historia.