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Ilustración para La dama de la rosa de Pedro de Répide, revista La Esfera, 1916 |
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En la calle de Alcalá, esquina
con Gran Vía, se alza la conocidísima iglesia barroca de San José, escenario de
una de las más famosas crónicas fantasmagóricas de la Villa y Corte, la
triste, tenebrosa y romántica leyenda de "La Dama de la Rosa Blanca"...
Según
se cuenta (aunque hay varias versiones al respecto), tan terrorífico episodio
tuvo lugar durante las fiestas de Carnaval
de 1853 en la celebración de un concurrido baile de máscaras organizado por una
familia aristócrata en su propio domicilio y a la que había sido invitado lo
más granado de la sociedad madrileña. Allí, en medio de tamaño jolgorio, se
encontraba un joven y solitario diplomático extranjero (británico, según
algunas versiones, teutón, según otras) que se había acercado al baile sin ir
disfrazado. Vestido de frac, el joven procuraba no llamar demasiado la atención
por no ir disfrazado, por no conocer a nadie en la fiesta y, sobre todo, por su
escaso castellano que le distanciaba un poco del resto de los invitados. Así se
quedó sentado en un rincón observando. De pronto, el solitario muchacho cruzó
su mirada con la de una bellísima dama que cubría sus ojos con un antifaz y
vestía un elegante traje de terciopelo negro sobre el que llevaba prendida una
magnífica rosa blanca. Instintivamente apartó la vista cuando notó que ella le
miraba fijamente mientras se dirigía hacia él con paso lento. Cuando quiso
reaccionar se encontraba bailando con la misteriosa dama. El flechazo fue
instantáneo. El joven diplomático y la enigmática mujer, que aseguraba ser
condesa, bailaron y bebieron sin parar apurando la noche.
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Carnaval en Madrid, La Ilustración Española y Americana E. Estévan, 1881
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Fantasmagoría: La Dama y el diplomático ed. Esfinge siglo XXI, ilustración de Josema Carrasco, 2012
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Y entonces, en un
determinado momento de la feliz y deliciosa velada, la dama insistió al joven
extranjero para que la acompañase a un lugar que ella tenía especial interés en
enseñarle. El sitio, como era de esperar, era la citada iglesia de San José. Durante
el trayecto, el intrigado mozo preguntó a la joven si no le apetecía pasear en
carruaje en lugar de ir caminando. Ella respondió que no, que al día siguiente
tendría ocasión de viajar en el carruaje más bonito que se ha visto nunca. Una
vez llegados a su destino, la citada iglesia de la calle de Alcalá, accedieron
a su interior. Allí, el diplomático (al que todo parecía ya bastante
sospechoso, pues la broma no tenía gracia alguna) pudo ver que cerca del altar
se encontraba un catafalco cerrado y rodeado por cuatro enormes cirios
apagados. En ese mismo momento, ante la extrañeza del joven, la dama
enmascarada declaró sin contemplaciones que en ese ataúd se encontraba su
propio cadáver y que su funeral tendría lugar al día siguiente.
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Iglesia de San José, c/Alcalá nº43
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Fantasmagoría: La Dama y el diplomático ed. Esfinge siglo XXI, ilustración de Josema Carrasco, 2012 |
-No puedo irme,
contestó ella, porque mi sitio está en esta caja, donde mañana van a
enterrarme- y poniendo los ojos en blanco soltó una risotada nerviosa que heló
la sangre de su joven acompañante. Sin dar tiempo de reacción, la joven de
negro desapareció tras unas columnas dejando en shock al aterrorizado muchacho
que sólo podía pensar que todo lo ocurrido había sido un mal sueño consecuencia
del alcohol. Solo en la inmensidad de la iglesia y sin encontrar explicación
alguna a lo sucedido, el diplomático decidió volver a su casa. Impresionado por
la belleza de tan misteriosa joven, no podía quitársela de la cabeza y sólo
podía soñar con ella, su mirada, sus misteriosos ojos, su forma de andar, la
calidez de su voz, su seductor aroma…
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Fantasmagoría: La Dama y el diplomático ed. Esfinge siglo XXI, ilustración de Josema Carrasco, 2012 |
Así las cosas, decidió
volver a San José a primera hora de la mañana para cerciorarse de que lo
ocurrido la noche anterior sólo había sido fruto de su imaginación. Y entonces,
al llegar a la altura de la iglesia, vio frente a la puerta del templo un
numeroso grupo de personas. Intrigado, se acercó para ver lo que ocurría e
inmediatamente pudo comprobar que se trataba de la celebración de una misa de
difuntos. Al ver el féretro sin cerrar no pudo resistir la tentación de mirar y
en ese mismo instante sintió cómo la sangre dejaba de circular por sus venas.
Dentro del ataúd, con el mismo vestido de terciopelo negro, yacía la misma misteriosa
y bella dama que no podía quitarse de la cabeza, con las manos cruzadas
sosteniendo una rosa blanca entre ellas, marchitándose… Por fin la había
encontrado. Preguntó a unos y a otros quién era aquella hermosa mujer. Todos respondieron
que se trataba de una joven condesita que había fallecido repentinamente el día
anterior.
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Fantasmagoría: La Dama y el diplomático ed. Esfinge siglo XXI, ilustración de Josema Carrasco, 2012 |
El diplomático extranjero no podía dar crédito. Estaba convencido de
que la había conocido en el baile de máscaras y habían estado bailando hasta el
amanecer. Todos los presentes le miraban como si hubiese perdido la razón,
mientras le aseguraban que era imposible, pues el fallecimiento de la bella
condesa se había producido el día anterior, antes de que la noche cayera sobre
la ciudad. El joven, ante tales revelaciones, perdió el juicio y salió huyendo
de la iglesia de San José como alma que lleva el diablo, corriendo y gritando
como un loco hasta perderse por las calles de Madrid. Nunca más se supo de él
ni se volvió a ver a la dama de la rosa blanca, que resucitó para vivir su
último baile en Carnaval…
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Sevillana con rosa blanca Víctor Moya Calvo (1889-1972)
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Triste y trágico final
para una historia donde se mezclan el romance imposible y el terror gótico. Sin
embargo toda leyenda tiene algo de verdad y la realidad es más prosaica y
siempre supera a la ficción con un delicioso toque de humor negro. Las malas
lenguas cuentan que al parecer la difunta condesa tenía una hermana gemela con
problemas mentales. Esta hermana, haciéndose pasar por la fallecida, habría
sido la misteriosa dama enmascarada que había asistido al baile y, a la sazón,
la que terminó gastando al joven diplomático tan macabra broma. Para morirse de
risa.
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